miércoles, 6 de octubre de 2010

La clase política actual en México

Nacional
Los panistas una clase de políticos que confunden a México
La clase política actual en México
Por: Carlos Damián 10 de Octubre, 2010
Un “catarro” sin precedentes
México.- Los derechistas de todos los signos incluidos en primer término los panistas que nos gobiernan, están que trinan contra las acotaciones y limitaciones que el juego político que se originó en las reformas electorales ha impuesto a los poderes antes omnímodos de la Presidencia de la República (PR). Felipe Calderón propuso su reforma política por esa razón: según él, no puede gobernar, no por inepto, sino porque un Congreso, integrado por diferentes fuerzas políticas que tienen intereses encontrados y en disputa, no le aprueba sus iniciativas de ley y no lo apoya en todas sus ocurrencias y torpezas.
Los panistas se han acostumbrado a gobernar violando abiertamente los preceptos constitucionales, de modo que ya ni les interesa cambiar la Carta Magna. Mandan al Congreso una iniciativa de ley anticonstitucional y en él la aprueban siempre con la alcahuetería de los priístas o, sencillamente se conducen sin ley ninguna, y siempre con la ayuda de aquéllos, hacen lo que su malentender les aconseja.

Los panistas en el poder no saben gobernar, jamás tuvieron una idea de cómo hacerlo; ni siquiera los nuevos panistas que no son más que lacayos de los empresarios o empresarios ellos mismos. Para gobernar hay que saber hacer política. Ellos jamás lo aprendieron. Con los priistas en el poder se comportaron fieles a su alianza. Pero cuando los priístas pasaron a la oposición ya no fueron una fuerza, sino dividida en los poderes locales ahora a cargo de los gobernadores. A Vicente Fox no se le ocurrió otra cosa que dar a los gobernadores priistas todo lo que le exigieron; entre otras cosas, una tajada enorme de los ingresos petroleros. Calderón son sabe hacer sino lo mismo, con el resultado de que ya no sabe de donde sacar dinero para tener fieles a esos pillos feudales que sólo son fieles a sí mismos.

Para los panistas reaccionarios, todo el mal del mundo viene de los partidos, y del Congreso en el que no saben cómo llegar a acuerdos y, al mismo tiempo, poder gobernar. El presidente cree que así, se le puede allanar el camino para poder gobernar bien y a su gusto. En el entendido que esos partidos, a los que se ha dedicado a denostar y a un Congreso al que quiere convertir en una oficina subalterna de Los Pinos, nunca aceptarán quedar a su merced así nomás. En los países tradicionalmente democráticos ese debate siempre se resolvió a favor de la democracia. Al seguir el camino de la democracia podemos lograr consensos mayoritarios para una buena conducción del país. Eso es un misterio para los reaccionarios que nos gobiernan. No saben cómo hacerlo. Su estilo de gobierno, es someter a los otros o destruirlos, cosa que no tiene nada que ver con democracia. La vocación de la derecha es la dominación sin condiciones y el saqueo de la riqueza pública.

La riqueza, el poder político, la ignorancia, el fanatismo en manos de la derecha es la devastación, la catástrofe de la sociedad y la nación entera. La democracia siempre es inclusiva de todos. No dejar llegar al poder al contrario es profundamente antidemocrático. Cerrarle todos los caminos es autoritarismo, y el autoritarismo nunca ha sido garantía de buen gobierno. Con la democracia se puede gobernar. Pero la derecha blanquiazul piensa que es imposible. En esas condiciones, no queda otro camino que la violencia, y con la violencia no se juega: se muere y ella lo destruye todo.

Un catarro en México
De acuerdo a la información del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) el producto interno bruto (PIB) el año pasado se contrajo 6.5 por ciento. La crisis en curso ha superado incluso la causada por el “error de diciembre” en 1994, cuya responsabilidad se atribuye a los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, que fue del 6.2 por ciento. En retrospectiva resulta exasperantes la imprevisión y la arrogancia con la que el gobierno de Calderón y su ayer secretario de Hacienda Agustín Carstens, desdeñaron en su momento la catástrofe que se cernía sobre México y que fue advertida por diversos sectores políticos, sociales y académicos.

La coloquial respuesta del titular del Banco de México a tales advertencias fue que, a diferencia de lo que había ocurrido en crisis anteriores, los quebrantos financieros que ya se vivían en Estados Unidos no habrían de traducirse en nuestro país, en una pulmonía, sino a lo sumo, en “un catarrito”. Hasta nuestros días, el discurso oficial se empecina en afirmar que la crisis tuvo orígenes exclusivamente exógenos, y eludir la responsabilidad por el drama social subsecuente. Sin embargo la realidad es distinta: mientras en otros países las autoridades adoptaban medidas contra-cíclicas para atenuar las peores implicaciones de la crisis mundial, en el nuestro, operaba al revés: eliminaba los pocos mecanismos de protección a la economía familiar, abandonaba a su suerte a las pequeñas y medianas empresas, elevaba tarifas en proporciones injustificables e incrementaba impuestos que alentaban la caída del país en el pozo de la recesión.

El factor que permite explicar la concatenación de errores en el manejo de la crisis es el acatamiento a rajatabla del neoliberalismo que evidenció, con la recesión mundial del año pasado, su agotamiento, inoperancia e inmoralidad intrínseca. A la luz de esta contracción trágica de la economía nacional, hoy más que nunca resulta imperativo demandar al gobierno federal un viraje en el manejo de las finanzas públicas. (La Jornada, opinión, p. 21, 21 de Mayo, 2010).

No hay comentarios:

Publicar un comentario